Abordaje terapéutico de los abusos sexuales en la infancia (ASI)

Abordaje terapéutico de los abusos sexuales en la infancia (ASI)Hace tiempo que quiero escribir sobre uno de los temas que aparece con más frecuencia de la esperada en las sesiones de psicoterapia; el abuso sexual en la infancia (ASI). Un tema tabú en la sociedad, por la vergüenza y la culpa que suelen acompañar a la víctima de este tipo de experiencias. En este artículo me voy a expresar desde el término de niño, indistintamente del sexo al que se haga referencia, pues tanto niños como niñas son víctimas de tan traumáticas experiencias.

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Según las estadísticas, en España más de un 20% de las niñas y un 15% de los niños han sufrido algún tipo de abuso sexual. Los abusos sexuales se producen en todo tipo de familias, ambientes sociales y culturales. Un elevado porcentaje de los ASI ocurren en el hogar, y en un gran número de ocasiones son actos perpetrados por una persona de confianza del menor. Vivir este tipo de experiencias en edades tan tempranas, deja una profunda huella en el niño que las sufre, tanto físicas como psíquicas, derivando en problemas posteriores de desarrollo como son bloqueos sexuales, trastornos de personalidad, trastorno de estrés postraumático, o trastornos alimentarios, entre otros.

Los ASI suponen una herida, una rotura psíquica en el niño que sufre los abusos denominado como trauma. Definimos trauma como una experiencia o acontecimiento que pone en serio peligro al individuo, y que afecta a su estructura psíquica y a su vida emocional. El trauma procedente de los ASI deviene como una experiencia, o suceso que escapa de la comprensión e integración del niño, y que queda instalado en su psique como “un cuerpo extraño”.

La reacción ante este tipo de traumas por parte de la víctima del abuso suele ser la disociación, como un mecanismo de defensa ante el profundo impacto que suponen este tipo de vivencias. El cuerpo es sabio, y en consecuencia el cerebro nos protege, apartando las vivencias traumáticas de nuestro consciente, para así ser asimiladas en un momento futuro, en que emocionalmente podamos integrarla. No obstante, aunque la mente pueda apartar esa brutal experiencia del consciente del niño, ese cuerpo extraño sigue estando presente en el inconsciente, actuando en las sombras.

Dentro de los ASI me gustaría destacar tres elementos a tener en cuenta por su importancia en este tipo de experiencias; el primero es la figura del abusador, el segundo es el niño abusado, y el tercero el entorno en que se vive el abuso.

El abusador suele ser una persona cercana al niño, por norma general algún familiar en el que el niño deposita su amor y confianza. No hay un perfil concreto de abusador, aunque un elevado porcentaje de éstos suelen se personas que también sufrieron de maltratos y abusos en su infancia. Por norma general son individuos que llevan una vida aparentemente normal, sin signos de problemas de salud mental.

Es desde la confianza que el niño tiene en esa persona, lo que facilita el abuso por parte del adulto. Un exceso que se fundamenta en dos vías: un abuso de poder, y un abuso relacionado con la utilización del niño como objeto de estimulación sexual del agresor. El niño vive la experiencia del abuso desde la ambigüedad, al no comprender como una figura cuidadora y protectora, como puede ser su padre o su abuelo, utilizan esa confianza y el amor que el niño les profesa para ejercer el abuso. Una experiencia aterradora que la mente del niño no puede comprender, y mucho menos integrar.

El niño es la víctima del abuso; una agresión sobre su persona que va más allá del terreno sexual, para convertirse en un ataque a su integridad como ser humano. Podemos definir abuso infantil como toda aquella invasión que se produce en el terreno personal e íntimo del niño, cuya vulnerabilidad no le permite defenderse de su agresor. Es por este motivo que no hace falta violencia física, o un acto sexual consumado para declarar que ha existido un ASI.

En los ASI, estados propios de la infancia como la inocencia, la ingenuidad y la espontaneidad se ven arrancados de forma cruel por el abusador; una herida en lo más profundo del alma de la víctima. La angustia, el miedo y las sensaciones vividas en el cuerpo del niño abusado exceden de su capacidad de integración de la vivencia. En palabras del psicoterapeuta Jaume Cardona; “el niño queda en un limbo psíquico donde habitan sentimientos de autodesprecio, vergüenza, culpa o asco hacia sí mismo, el cual espera ser recatado por el adulto del presente”.

Como en toda relación entre el niño y sus figuras parentales, el menor se siente el centro de atención, y en esta línea es habitual que también se posicione como culpable del abuso. Esta reacción típica del niño tiene como finalidad preservar el amor de sus padres. Recordemos que el mayor miedo de un niño es perder el amor de sus padres, y en ese sentido, hará lo necesario para asegurarse de no perder ese vínculo, incluso si llegado el caso, tiene que culpabilizarse de un abuso sexual del cual es la víctima. En estos casos, la mente del niño se dice algo así como; “algo estaré haciendo mal para que mi padre me trate así”, o “algo defectuoso debe haber en mi para ser tratado de esta forma”. 

Con la finalidad de preservar el vínculo familiar, y poder amortiguar en cierta forma la agresión vivida, la psique infantil utiliza mecanismos de defensa como la disociación, la cual se puede manifestar a través del olvido, la culpa o la idealización de la figura abusadora.

Como tercer elemento que influye en este tipo de vivencias se encuentra el entorno en el cual se produce el abuso. Por norma general, el entorno no favorece ni apoya a la víctima ante las situaciones de abuso a las que se ve sometida. Es muy común encontrarse con ambientes familiares que contribuyen a la negación y al secretismo de tan atroces experiencias. El entorno se hace así cómplice del abuso, en la mayoría de ocasiones con la finalidad de mantener las buenas formas, y proteger la imagen de la familia del “qué dirán”, por encima del bienestar del niño.

En esta línea es común que la historia del abuso, cuando es contada por el niño, sea ignorada, o que directamente se acuse al menor de mentir y estar imaginando historias. Cuando eso sucede, se carga al niño con una responsabilidad brutal, como es convertirse en el depositario de un secreto familiar. De esta forma, el niño queda como responsable de preservar la unidad y la armonía familiar, una responsabilidad que aparte de no corresponderle, supera ampliamente sus capacidades como persona.

Ser ignorado, y cargar con una responsabilidad de las dimensiones que acabamos de comentar, favorece a que el niño se sienta aún más culpable por la agresión sufrida.

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En un gran número de ocasiones, los años pasan, y el abuso queda oculto bajo un tupido velo, como si no hubiese sucedido nunca. Con el paso de los años el niño aprende a relegar ese trauma a “la trastienda de su psique”, un olvido que suele funcionar a nivel consciente, pero que sigue estando presente en su inconsciente. Con el paso del tiempo ese trauma va moldeando un tipo de personalidad determinada, la cual se caracteriza por la presencia de sentimientos de asco, vergüenza e indignidad hacia si mismo, manifestándose de formas muy diversas como son los bloqueos sexuales, las somatizaciones, o las creencias distorsionadas sobre su persona.

Por mi experiencia en terapia, el ASI no suele ser motivo de consulta. En la mayoría de ocasiones es un tema que aparece con el tiempo y de forma sutil, ya sea a partir de un sueño, o a partir de una experiencia que se vive en el presente, y que resuena como un eco de la vivencia traumática experimentada en la infancia. Por norma general, emerge en forma de sensaciones e intuiciones vagas en un primer momento, para poco a poco ir tomando forma en la mente consciente de la persona. A partir de esa toma de conciencia, es posible empezar a ponerle palabras al abuso vivido. El simple hecho de ser capaz de nombrar el trauma, y de empezar a hablar sobre ello, ya aporta un cierto alivio a la víctima del abuso. 

Durante el proceso de terapia es habitual que vayan apareciendo toda una serie de temas, más o menos comunes cuando se aborda los ASI, los cuales deben ser abordados en las sesiones. Algunos de los asuntos a tratar son: los sentimientos de desvalorización hacia uno mismo, los síntomas psicosomáticos, los estados de asco, culpa y vergüenza que acompañan esta vivencias, las conductas sexuales distorsionadas, los roles de victimización adoptados en las relaciones de pareja o la falta de límites, por nombrar algunos.

No obstante, uno de los principales trabajos en terapia con los ASI consiste en rescatar al niño herido que sufrió el abuso. Un viaje interior para dar comprensión a lo sucedido, devolviendo al menor aquello que le fue arrebatado de forma violenta por el abuso, es decir la posibilidad de reconectar con los aspectos que conforman su alma infantil, como son: la inocencia, la espontaneidad y la capacidad de asombro perdidas.

No resulta un viaje fácil ni rápido, pero sí necesario para poder sanar la herida interior. Al inicio de este tipo de trabajos, es habitual que aparezca la negación del abuso por parte del adulto, argumentando que quizás se lo está imaginando, o bien justificándose y restando importancia a lo sucedido. Reconocer la vivencia traumática es uno de los primeros pasos en este proceso de sanación. Solo desde el reconocimiento que se fue víctima, y no culpable de lo sucedido, es posible restituir el alma infantil.

Como terapeutas acompañamos a la persona en ese viaje, ayudando al adulto presente a conectar con su niño interior. En esa conexión se suele hacer necesario cambiar la mirada que el adulto tiene de su niño. Con frecuencia el adulto percibe a su niño interior desde la culpabilización y la vergüenza por el horror vivido, sin embargo con la terapia es posible cambiar esa percepción por una mirada de comprensión, ternura y amor. Esa mirada compasiva hacia uno mismo permite comprender que la experiencia vivida en la infancia, superaba con creces la capacidad de asimilación e integración del niño.

Este contacto con el niño interno también nos permite poner las cosas en su sitio, es decir repartir responsabilidades. En un gran número de ocasiones existe una autopercepción de que el niño fue la causa de la perturbación familiar, o que fue él mismo quien de alguna forma incitó el abuso. La reestructuración de esta mirada permite devolver a los adultos la responsabilidad por lo sucedido.

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El trabajo terapéutico con los ASI requiere de constancia, delicadeza y el mayor de los respetos por parte del terapeuta hacia el paciente que revive el trauma. Durante el proceso se transitan por escenarios incómodos para la persona como son el contacto con los sentimientos de culpa, vergüenza, indignidad y asco que suelen derivar de este tipo de vivencias, así como el trabajo con emociones de una elevada carga emotiva como la rabia y la tristeza.

Asimismo, el proceso también requiere de una reestructuración en lo relacional, no solo en lo que hace referencia a la relación abusador-víctima, sino también víctima- entorno familiar que acompañó el abuso. Durante la terapia es frecuente que aparezcan preguntas como; “¿Por qué no expliqué nada a mis padres?, ¿Por qué me callé?, o bien ¿Qué hago ahora con esta toma de conciencia, cuando la familia sigue viviendo en el más absoluto secretismo?”.

Como en un rompecabezas por hacer, en que las piezas restan sueltas, el proceso terapéutico ayudará a poner las piezas en su sitio, dando un nuevo significado a lo sucedido, y aclarando la confusión característica que deja este tipo de experiencias en la persona.

El trabajo en terapia permite a la víctima aprender a vivir con lo sucedido, aunque sea con las secuelas que el abuso le ha provocado. Se trata de un proceso de aceptación, que no de resignación por el trauma vivido. Ser capaces de conectar, reconocer y expresar el dolor que esa experiencia causó en el alma infantil, entendiendo que como niños lo único que supimos y pudimos hacer en ese momento fue cargar con la culpa del abuso, como una forma de preservar el amor y la unidad familiar, es un acto liberador y sanador a la vez.

Por mi experiencia terapéutica con los ASI, puedo decir que resultan ser trabajos liberadores para la persona, y muy movilizadores a nivel emocional, no solo para los pacientes, sino también para nosotros los terapeutas. También quiero decir que para mí son uno de los casos más gratificantes en mi labor terapéutica, al hacerme consciente de los beneficios que la psicoterapia puede aportar a las personas que han sufrido este tipo de traumas.

Por norma general suelo terminar mis artículos sugiriendo otro post sobre el tema tratado. Sin embargo en este caso, os recomiendo una película excelente, que profundiza sobre los ASI y en la que podréis ver muchos de los aspectos comentados en este artículo.

NO TENGAS MIEDO (Montxo Armendáriz, 2011)



Leslie Beebe

Acompañamiento terapéutico y emocional

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