Ansiedad y discurso interno


Ansiedad y discurso interno. Un factor que influencia como nos afecta la ansiedad es el discurso interno que mantenemos con nosotros mismos. Dependiendo de aquello que nos decimos, y la forma como lo hacemos, nuestros niveles de ansiedad pueden variar notablemente.

ANSIEDAD Y DISCURSO INTERNO


Cuando hablamos de ansiedad nos referimos a la proyección que nuestra mente hace de una amenaza futura. Ante este estado nuestro cuerpo se prepara para enfrentar el peligro, activándose todas las alarmas, como si realmente la amenaza fuese real y estuviese en nuestro presente. La ansiedad surge como un miedo desproporcionado ante un estímulo que únicamente se encuentra en nuestra mente.

A diferencia del miedo como emoción básica, el cual nos protege de un peligro real y actual, la ansiedad nos limita, al fundamentarse en una fantasía que elabora nuestra mente.  En palabras del desaparecido psiquiatra KurtGoldstein:  “El temor agudiza los sentidos, la ansiedad los paraliza”.

Metafóricamente la ansiedad sería como un fuego y nuestro diálogo interno la leña que lo alimenta. Si tiramos mucha leña al fuego, al final se convierte en un incendio de enormes proporciones que difícilmente podremos llegar a controlar. Por este motivo es muy importante que tomemos conciencia de cómo funciona nuestro diálogo interno, para así evitar que la ansiedad nos desborde.

Sin duda, aquellos mensajes que nos enviamos afectan la forma como nos sentimos, y en última instancia los sentimientos influyen en nuestras acciones.

La mente ansiosa se expresa a través de una diversidad de manifestaciones: pensamientos derrotistas, distorsiones cognitivas, miedos infundados, creencias limitantes y generalizaciones erróneas. Todas ellas contribuyen a que nuestros niveles de ansiedad aumenten, así como los síntomas físicos asociados a ella.

La mente ansiosa se caracteriza por los siguientes aspectos:

-          Una interpretación distorsionada de la realidad
-          Una atención selectiva
-          Las generalizaciones erróneas
-          La exageración de lo negativo
-          Un deseo por querer controlar el futuro
-          La intolerancia a la incertidumbre
-          La sensación de no ser capaz

Una interpretación distorsionada de la realidad. La persona que sufre de ansiedad percibe la realidad como un cúmulo de estímulos amenazantes, muchas veces realizando valoraciones del todo irracionales. Por ejemplo; un ruido en la noche será interpretado por la mente ansiosa como un ladrón que quiere entrar a robar.

Difícilmente la persona ansiosa encontrará un estado de paz y tranquilidad, pues su mente está en una búsqueda constante de peligros. Vivir en este estado de alerta, durante un largo periodo de tiempo, puede conllevar problemas a nivel físico y emocional, pues nuestro organismo no está diseñado para ello.

Una atención selectiva. La persona ansiosa centra su atención en todo aquello que interpreta como negativo, amenazante o que puede ocasionarle un daño. Raramente la persona se centrará en aspectos positivos, o que le puedan dar una seguridad. La mente ansiosa se vuelve muy selectiva, viendo siempre el vaso medio vacío, sin tener en cuenta aquellos aspectos valorables de una situación.

No hay duda de que todos miramos al futuro intentando prever problemas y evitarlos, sin embargo cuando la ansiedad nos invade siempre esperamos que algo desagradable acabe sucediendo. En estos casos empezamos a preocuparnos de forma desmedida sobre el futuro, cuando en realidad no tenemos fundamento para pensar así.

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Las generalizaciones erróneas. La mente ansiosa percibe la realidad como si de un detector de amenazas se tratase, llegando a conclusiones muy negativas sobre el entorno y sobre sí misma. Esta interpretación distorsionada de aquello que sucede en el entorno conduce a generalizaciones erróneas, en que un hecho aislado se convierte en una regla. Las generalizaciones resultan en un aumento de los niveles de ansiedad y perjudican la autoestima de la persona. Expresiones extremas son características de este tipo de pensamiento, expresándose a través de palabras como: “siempre”, “todos”, “nadie” o “nunca”.

La exageración de lo negativo. Cuando la ansiedad nos domina pensamos que las cosas son mucho peores de lo que realmente son, exagerando nuestros pensamientos negativos.

Un deseo por querer controlar el futuro. La mente de la persona ansiosa se encuentra siempre un paso más allá del presente actual. Su deseo es querer controlar un futuro incierto, bajo la falsa y utópica creencia que tener ese control le aportará tranquilidad. De esta forma la persona pierde la vivencia del momento presente, en favor de una fantasía futura y negativa que recrea en su cabeza.

La mente ansiosa vive en una constante preocupación por aquello que pasará, pues no sostiene la incertidumbre futura. Por este motivo cree que pensando llegará a dominar un futuro incierto e incontrolable. La mente ansiosa necesita una seguridad, y por este motivo busca desesperadamente protegerse de las amenazas futuras. Sin embargo estas amenazas son difusas, pues no existen en la realidad presente, y por tanto no es posible saber cómo protegerse de ellas, lo que aún provoca más ansiedad en la persona.

Si eres una persona con tendencia a la ansiedad, piensa que toda la energía y el tiempo que inviertes en querer controlar el futuro solo te conducirá a no poder disfrutar de tu presente.

La intolerancia a la incertidumbre. La persona ansiosa desearía tener su futuro previsible y controlado, en todos los aspectos, aunque quizás si lo consiguiese se daría cuenta que vivir se convertiría en algo bastante aburrido. La mente ansiosa no sostiene no conocer el futuro, pues eso le impide poder protegerse de las amenazas que imagina le esperan en el camino. La imposibilidad por saber aquello que está por venir es lo que provoca en la persona malestar, y en consecuencia que sus niveles de ansiedad aumenten.

La sensación de no ser capaz. La persona ansiosa no solo está en un estado de alerta constante ante posibles amenazas, sino que también vive acompañada de toda una serie de pensamientos negativos y creencias limitantes sobre sí misma.

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Una vez la persona fantasea sobre las amenazas futuras, también aparece una voz en su interior que le comunica que no va a ser capaz de enfrentarse a aquello que tanto teme, pues le dice que no posee las cualidades necesarias para hacer frente a esa amenaza.

Cuando la persona oye estos mensajes, los cree a pies juntillas y por tanto se siente incapaz de superar las amenazas futuras, dudando sobre su capacidad y aumentando más la preocupación y la ansiedad. Así mismo esta actitud supone que la persona acabe adoptando una actitud completamente pasiva al respecto, augurando solo resultados negativos y dejando de lado las posibles soluciones al problema; esta actitud se denomina como indefensión aprendida.

La indefensión aprendida comporta que finalmente la auto profecía que la persona elabora sobre su inaptitud e incapacidad para superar los obstáculos se acabe cumpliendo. De esta forma se ratifica su visión catastrofista del futuro, así como la idea de inutilidad por su parte. En estos casos suele ser común que la persona tome personalmente actitudes o comentarios del exterior para juzgarse duramente y culpabilizarse.

La indefensión aprendida deja a la persona en un estado pasivo y de no acción, lo que la conduce a la victimización y a la no responsabilidad sobre aquello que le está pasando. Estas actitudes derivan en comportamientos evitativos, así como a proyectar la responsabilidad propia en otras personas. En estos casos cualquier circunstancia o individuo serán los responsables que justifican la no acción para salir de esta situación de malestar.

Obviamente actitudes como la evitación y la procrastinación, propias de los estados de ansiedad y miedo, no solucionan el problema, sino que empeoran aún más la situación.

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Leslie Beebe
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