¿Qué hacer con el exceso de perfeccionismo?

¿Qué hacer con el exceso de perfeccionismo? En la actualidad vivimos en una sociedad altamente demandante y veloz, en que aspectos como la eficiencia y la rapidez son vistos como aptitudes fundamentales para enfrentarse a la vida. Con el propósito de alcanzar estos valores, en muchos de nosotros surge el perfeccionismo.

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Es cierto que una cierta dosis de perfeccionismo nos ayuda para alcanzar la excelencia y la mejora en aquello que hacemos, favoreciendo nuestra motivación y la constancia a la hora de alcanzar nuestras metas. Sin embargo, cuando el perfeccionismo nos domina, limitando nuestra forma de ser y actuar, podemos estar ante lo que denominamos como perfeccionismo disfuncional.

El perfeccionismo disfuncional es la aplicación de unos criterios o estándares demasiado elevados en el cumplimiento de una determinada tarea. Etimológicamente la palabra perfección procede del latín “perfectio” que se traduce como “acción de dejar algo finalizado”. Derivado de estos criterios, el perfeccionismo  también incluye una autoevaluación negativa de uno mismo si las cosas no son, o no salen, como uno quiere. Desde esta visión distorsionada, la persona crea una conexión directa entre el error cometido y su valoración como persona.

El sufrimiento vinculado a este tipo de perfeccionismo parte de la relación que la persona establece entre autoestima y el logro de las metas perseguidas. Por este motivo, la autoestima de estas personas suele ser vulnerable y cambiante, dependiendo de si han logrado alcanzar o no sus objetivos. Cuando estas personas consiguen sus metas lo viven como un triunfo personal, sintiéndose felices y competentes. Por el contrario si las cosas no se dan como ellos se habían planteado, lo perciben como un fracaso, acusándose y culpabilizándose por ello. Las personas que sufren de perfeccionismo disfuncional se caracterizan por los siguientes rasgos:

1.   - Viven bajo unos estándares de calidad muy elevados. Son personas muy exigentes y críticas consigo mismas. Viven la realidad desde la polaridad; o todo o nada, o blanco o negro, no hay término medio para ellos.

2.   - Son individuos que sufren con frecuencia; un sufrimiento derivado de los enormes esfuerzos que hacen para satisfacer sus estándares de calidad. La excelencia que persiguen raramente se consigue, perdiendo mucho tiempo y esfuerzo en ello, lo que acaba en frustración.

3.     - Basan su autoestima y la valoración hacia sí mismos en base a la consecución o no de dichos criterios de desempeño.

4.  - Presentan una mínima tolerancia al error, y cuando éste aparece se critican y desvalorizan muy duramente, viéndose a sí mismos como un fraude o un fracaso.

5.     - Son personas focalizadas en identificar los errores o las faltas, mientras que en ellos existe una dificultad para reconocer los éxitos personales. Se tiende a minimizar los logros y a maximizar los errores.

6.      - Son individuos muy rígidos, a los que les cuesta aceptar otros puntos de vista que no sea el suyo.

La persona con este nivel de perfeccionismo vive con profundo sufrimiento, apareciendo consecuencias negativas como son: depresión, ansiedad, aislamiento social, pérdida de amigos, o dificultad para trabajar en equipo entre otros.

El origen del perfeccionismo varía según cada persona, influyendo diferentes factores desde genéticos y familiares, hasta sociales y culturales. No obstante, los primeros años de vida, y el tipo de relación que el niño establece con sus padres, tiene un gran peso en el desarrollo de un perfeccionismo disfuncional en etapas posteriores de la vida.

Por ejemplo, padres muy exigentes con sus hijos favorecen el perfeccionismo futuro. En estas familias los niños aprenden que el error no es bien aceptado en casa, y en consecuencia se esfuerzan a la hora de conseguir la excelencia en todo aquello que hacen. Como niños se culpabilizan por el error, como si algo en ellos fuese incorrecto (imperfecto),  por este motivo se desviven para que su entorno sea perfecto. Actuando así el niño busca obtener el amor, la aprobación y el reconocimiento de los padres.

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Otro ejemplo que puede explicar la aparición de este tipo de perfeccionismo son entornos familiares en que el niño ha sufrido desprecios y humillaciones, o bien entornos en que se le ha comparado por sistema. Estos ambientes facilitan la formación de una baja autoestima y unos sentimientos de inferioridad en la persona, los cuales se intentan compensar a través del desarrollo de un perfeccionismo extremo.

Aunque el perfeccionismo no es un trastorno, la verdad es que provoca un elevado sufrimiento en la persona que lo padece. Como hemos visto, su origen suele estar en patrones de funcionamiento y relación profundamente instaurados en nuestra persona, muchas veces desde la infancia. Por este motivo, si quieres aprender nuevas formas de relacionarte con tu perfeccionismo, lo recomendable es que acudas a terapia para revisar esos patrones disfuncionales que te provocan sufrimiento. Para ir preparando el terreno, te presento algunas pautas que pueden ayudarte a gestionar tu perfeccionismo.

1. Acepta que no tienes el control. Aunque te cueste admitir, no puedes controlarlo todo en tu vida. Debes aceptar que hay cosas que escapan de tu influencia, y eso es independiente de tus habilidades o aptitudes personales. En este sentido es importante que adoptes una actitud más flexible y empática contigo mismo y con el resto del mundo.

2. No asocies equivocarte con tu valoración personal. Todos podemos equivocarnos, y de hecho lo hacemos. Muchas veces incluso tropezamos dos o más veces con la misma piedra. El error es básico para nuestra evolución y aprendizaje. Por este motivo es importante que evites utilizar el término fracaso y lo sustituyas por el de error. Errar o equivocarse no debe asociarse con ser menos válidos, o ser motivo para querernos menos, pues lo que al final cuenta es la actitud con la que afrontamos nuestros errores. En definitiva, tú eres el que acaba decidiendo; puedes utilizar el error como una enseñanza, o bien como una auto tortura culpabilizadora.

3. Diferencia entre tu juez interno y tu Yo. El juez interno es aquella voz interior que te exige como deberías ser y aquello que deberías hacer. Esta voz se expresa de una manera autoritaria, e incluso por momentos de forma cruel y despiadada. Para el juez interno nada acaba siendo lo suficientemente perfecto, es como un pozo sin fondo que nunca acabamos de satisfacer. El juez interno se parece a un policía que vigila y fiscaliza cada uno de nuestros movimientos. Si bien todos tenemos nuestro juez interno, las personas perfeccionistas parecería que están poseídas por esta voz, guiándose en todo momento por su discurso.  Por este motivo, es importante que distingas entre tu juez interno y tu Yo. Ante los mandatos de tu juez interno, evita actuar de forma impulsiva, párate y date un tiempo para analizar, y evaluar su mensaje. Uno de los principales problemas con nuestro juez interno es que obedecemos su voz de forma incondicional y automática, sin ningún tipo de criterio propio.

Algunas preguntas que pueden ayudarte a evaluar los mandatos de tu juez interno son las siguientes:

¿Crees que aquello que te exige tu juez interno es razonable?, ¿Qué pasa si realmente no consigues lo que te exige, como te quedas tú?, ¿Realmente crees que conseguir una meta te hace una mejor persona?, ¿Cómo te sientes cuando tu juez te habla en ese tono, crees que puede ayudarte? ¿Cómo de importante es que algo no haya salido perfecto, está en juego tu vida, tu salud, tu trabajo…?, ¿ Realmente aquello que te exige tu juez interno es lo que tú deseas?, ¿Los mensajes de tu juez interno están alineados con tus valores de vida?...

4. Cambia tu diálogo interno. Siguiendo con el punto anterior, el perfeccionismo extremo nos lleva a criticarnos y castigarnos cuando los resultados no son los esperados. De esta forma nos quedamos inmersos en un bucle de pensamientos cargados de negatividad, victimismo y reproches hacia nuestra persona. Cambiar este tipo de pensamientos por otros proactivos, haciendo una evaluación de lo que podemos aprender de la experiencia y sin culpabilizarnos, te ayudará  a sentirte mejor contigo mismo.

5. Mentalízate que no todo depende de ti. No quieras responsabilizarte por aquello que no te corresponde, recuerda que no puedes cambiar el mundo ni al resto de personas. Nada ni nadie en el mundo es perfecto, tú tampoco lo eres, pero lo mejor es que no necesitas serlo. Perseguir esta ilusión solo te provocará frustración y sufrimiento.

6. No te esfuerces en conquistar la perfección para agradar al resto. Como he comentado anteriormente, la perfección tiene mucho que ver con el tipo de infancia que vivimos, y la necesidad que como niños surge de querer agradar a nuestros padres. Sin embargo, cuando llegamos a la edad adulta deberíamos diferenciar entre el niño que fuimos y el adulto que somos ahora. Como adultos, debemos tomar conciencia de que no vamos a gustar a todo el mundo. Por este motivo debemos buscar la aceptación en nuestro interior, admitiendo que somos como somos, con nuestras virtudes y defectos. Cuando buscamos el amor, el reconocimiento y la valoración propia en el exterior, perdemos nuestra espontaneidad y nuestra libertad de ser. Curiosamente cuando somos espontáneos y nos dejamos fluir con el entorno, sin tanto esfuerzo por querer agradar al resto, la aceptación acaba llegando como algo natural.

7. Dale al error la importancia que tiene, pero no más. Cuando cometas un error no lo conviertas en algo personal, con pensamientos del tipo “soy inútil”, “no valgo”. Simplemente plantéate cómo puedes hacerlo mejor la próxima vez, pero no te victimices. Pregúntate a ti mismo si tu valor como persona debería depender de aquello que haces. Un ejercicio que puedes realizar es apuntar los valores que son importantes para ti. Una vez los hayas apuntado, compáralos con las críticas que haces a tu persona y pregúntate si aquello por lo que te culpabilizas te impide alcanzar estos valores.

Al realizar este ejercicio te darás cuenta, que en la mayoría de ocasiones, los errores que cometemos no tienen que ver con nuestros valores de vida, y sí más con alimentar nuestro ego. Algunos de los valores más comentados cuando he pedido hacer este ejercicio a mis clientes son: la empatía, la compasión, la sinceridad, la gratitud, el amor o la solidaridad, entre otros.

8. Toma conciencia de tus necesidades y tus emociones. La persona perfeccionista está tan centrada en querer controlar y cambiar su entorno, siguiendo su ideal de perfección, que muchas veces se olvida de sus necesidades. Por este motivo es recomendable que identifiques cuáles son tus necesidades, recuerda que nadie está siempre alegre o lo hace todo perfecto. Eres humano y por tanto date el permiso para estar triste, o mostrarte vulnerable ante el resto si así lo sientes, aunque esos estados sean contrarios a tu imagen ideal.

Leslie Beebe

Terapia Gestalt en Barcelona


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