El miedo a la soledad

El miedo a la soledad. Uno de los principales miedos que suelen expresar los clientes que acuden a terapia es el miedo a estar solos. Muchas de estas personas, hacen lo inimaginable para no sentirse solas, como por ejemplo apegarse a relaciones de pareja dependientes, que solo les generan sufrimiento, o bien vivir en una constante actividad social, donde no pueden dejar de hacer actividades con otras personas.

El miedo a la soledad


Si buscamos el significado de soledad en el diccionario, veremos que tiene dos entradas o manifestaciones. La primera es “circunstancia de estar solo o sin compañía”, la segunda nos dice “sentimiento de tristeza o melancolía que se tiene por la falta, ausencia o muerte de una persona”.

Para empezar, ya vemos que la segunda definición de la palabra nos vincula la soledad con una emoción; la tristeza. En este sentido, no es extraño pensar que cuando oímos la palabra soledad, la primera sensación que nos venga sea tristeza o melancolía, emociones que juzgamos como negativas y desagradables.

En segundo lugar, socialmente se nos educa desde los primeros años de vida, en que nuestro objetivo es vivir acompañados, a través de ideas como la necesidad de encontrar una pareja, formar una familia y tener hijos. En tal sentido, estar solo no está bien visto por la sociedad, hasta el punto de que no disponer de pareja, o no tener hijos llegados a una cierta edad, son vividos como verdaderos fracasos personales.

Sin embargo, nadie nos habla de los momentos íntimos de comunicación con nosotros mismos (los cuales serán innumerables a lo largo de la vida), y a los que erróneamente denominamos como “estar solos”. Tampoco se nos educa en cómo lidiar con nuestro diálogo interno, producto de la relación con nosotros mismos, ni de como identificar y gestionar las emociones relacionadas con ese diálogo de forma saludable.

En tercer lugar, creo importante diferenciar entre “estar solos (físicamente)”, y “sentirnos solos (emocionalmente)”, pues no siempre van de la mano. Por ejemplo, podemos estar rodeados de gente, y sentir que la sensación de soledad emerge en nosotros. A su vez, podemos estar conectados con nosotros mismos, sin gente alrededor y sentirnos acompañados.

En los últimos tiempos siento que ha habido un clamor popular bajo el lema “debemos aprender a estar solos”, relacionado con la necesidad de estar bien con uno mismo. Aunque opino que parte de esta afirmación es cierta, también siento que no debería ser tomada como una verdad universal. Me explico:

Efectivamente existen casos de personas con una baja autoestima, que se enganchan a relaciones dependientes e incluso de maltrato, pues creen que por sí mismas no van a poder enfrentar la vida. En estos casos, es cierto que para estas personas aprender a estar solas, reforzando así su autoestima, es fundamental. Sin embargo, en la sociedad actual en la que vivimos se está produciendo una exaltación del individualismo y una propagación de una falsa idea de libertad, que lleva a muchas personas a rehuir de las relaciones de pareja, al no querer comprometerse emocionalmente con el otro.  En estos casos, se manipula el concepto de "aprender a estar solos", como una excusa para no arriesgarse a vivir una relación de pareja. Esta tendencia a un desapego no saludable se contradice con la verdadera naturaleza del ser humano.

Los humanos somos seres sociales por naturaleza; es decir que necesitamos del contacto con otras personas para nutrirnos, a la vez que nos aporta un sentimiento de pertenencia, el cual define una identidad propia. En la antigua Grecia, se consideraba el ostracismo o destierro como uno de los castigos más severos que se podía imponer a aquellas personas que habían infringido la ley, o bien aquellos individuos que eran considerados como un peligro para el bien común. De hecho el ostracismo era casi equivalente a una condena de muerte, pues se consideraba que un hombre solo, alejado de la colectividad, no sería capaz de sobrevivir.  

Con el paso de los años, y especialmente a partir de la revolución industrial del siglo XIX, en que muchos trabajadores pasaron de vivir en el campo a la ciudad, sustituyendo un empleo rural por otro industrial, las personas nos hemos ido desconectando de la colectividad. Tradicionalmente, este estilo de vida rural se caracterizaba por un entorno en el cual los lazos familiares y comunitarios eran muy estrechos, y donde la familia y el colectivo eran muy importantes. En la actualidad, esta tendencia está en decadencia, al pasar a ser una existencia centralizada en el yo individual por encima del colectivo.

En la actualidad, en especial en las grandes ciudades, la vida en comunidad característica de otras épocas ha dejado paso a un estilo relacional más individualista donde prevalece el yo personal. Desde esta creencia nos cerramos en nosotros mismos, mirándonos al ombligo (o mejor dicho actualmente pegados a la pantalla del móvil), sin prestar atención a aquello que pasa a nuestro alrededor, o lo que sucede en nuestro interior. Parece que la alergia a parar y escucharnos va en aumento, probablemente por esa resistencia que emerge en nosotros de no querer poner la mirada en lo incómodo de uno mismo. Mirarnos nos da verdadero pavor, seguramente por el temor a ser conscientes de aquellos elementos de nosotros mismos que no nos gustan, de los que no nos sentimos merecedores, o bien ante los cuales nos sentimos avergonzados.

La era tecnológica en la que estamos inmersos, refuerza este adormecimiento emocional a través de la conexión constante con el mundo virtual que nos brinda internet y las redes sociales. Existe tanto ruido en el exterior, que es imposible que nos escuchemos a nosotros mismos sino ponemos de nuestra parte.

Los miles de estímulos que recibimos a lo largo del día, son la distracción perfecta para no dejarnos momentos de silencio y de escucha interna. Sin embargo, vivir anestesiado de nuestras emociones nos acaba pasando factura a largo plazo, cuando el cuerpo clama para ser atendido a través de síntomas que nos generan malestar como tensiones musculares, ansiedad, jaquecas o trastornos digestivos, por enumerar algunos de ellos.

Dicho todo esto, opino que para alcanzar la homeostasis o equilibrio interno, es necesario encontrar el punto medio entre el contacto con el resto del mundo, y la retirada a nuestro espacio interno. Tanto vivir aislado favoreciendo el ostracismo, como permanecer en una constante actividad social con otras personas, sin dejarnos un espacio para la escucha interna, nos conducen ambos a sufrir de patologías clínicas con el tiempo.

Una vez alcanzado ese equilibrio entre contacto-retirada, existe un paso más allá, que consiste en ser capaces de conectar con nosotros mismos, identificando aquello que nos pasa, pero a la vez siendo capaces de compartir todas esas emociones y sentimientos con otras personas de nuestro entorno.

Superar miedo a la soledad


Como he comentado anteriormente, el contacto social nos permite aumentar nuestro sentimiento de pertenencia, nos ayuda a definir quiénes somos, pero también nos habilita para aprender de otros, para así seguir con nuestro proceso de autoconocimiento. La relación con el resto pasa a ser un bálsamo reparador para muchos de aquellos aspectos que no aceptamos de nuestra persona, al comprobar que éstos no son tan terribles o inaceptables como creíamos, en el momento que nos damos el permiso para hablar de ellos ante otras personas.

Asimismo, exponernos al otro también nos permite tomar conciencia de que no estamos solos ante los miedos que nos bloquean, pues otras personas también pasan por vivencias similares, lo que fortalece la aceptación y la compasión hacia uno mismo.

La psicoterapia, otro tipo de relación, nos permite no solo abrir estos aspectos personales al mundo, sino que también nos facilita un espacio libre de juicio, en el cual  poder ponerlos en duda, con la ayuda del terapeuta. La terapia nos facilita un entorno seguro en donde cuestionar hasta qué punto esos elementos que nos generan malestar o incomodidad, son importantes para nosotros, y en qué medida nos están afectando. Una vez somos capaces de identificarlos, y gracias al proceso terapéutico, vamos a poder sustituir esos factores que nos limitan por otros de más saludables.

 

Leslie Beebe

Psicoterapia Humanista y Counselling

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